Séptimo día (El viajero del Sol)


La vuelta a Islandia en 8 días (02-07-2015)

Reykjiavik.

La última parada en Islandia será en su capital, Reykjiavik. Al llegar la saludo y por el poco tiempo que estaré casi me tengo que despedir. Pienso que en mi último día, mejor no hacer planes, así que será perfecto aquello que me encuentre. La ciudad no es grande, ni compleja, ni peligrosa, se deja ver y visitar con facilidad. Me dejo llevar por sus calles, con el mapa de la ciudad en el bolsillo, los sentidos bien alerta y el deseo de ser sorprendido.

Cuéntame un cuento sobre Trolls

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Pronto doy con una de sus calles principales, se trata de Laugavegur, una calle bulliciosa donde turistas y autóctonos transitan y se mezclan por igual. Ese día el Sol, auténtico viajero en esas tierras, decide visitar la ciudad. Los oriundos del lugar lo saben y no desperdician la ocasión, se quitan sus mejores galas y saludan al día en mangas de camisa.

Uno se relaja paseando entre tiendas y restaurantes, no hay prisa y todo está bien, visito una librería con cierto aire antiguo, donde libros sobre naturaleza, costumbres e historia del país, llenan expositores, baldas y estantes que llegan hasta el techo. Tomos con tapas en tonos ocres y verdes, el verde esmeralda lo llena todo, letras doradas de estilo vikingo se entrelazan formando filigranas en sus lomos. Todo recuerda a tiempos antiguos, a héroes de leyenda y a conquistas de lejanas tierras. Es agradable estar allí, me entretengo viendo, tocando y ojeando alguno de esos libros. Después de un rato compro una camiseta del volcán de nombre impronunciable y me voy.

Sigo recorriendo la ciudad, mis pasos me lleva ahora hasta Tjörnin, un pequeño lago situado en el centro histórico de Reikiavik, punto de encuentro, y de esparcimiento de sus gentes. El moderno ayuntamiento preside el lugar y entorno al lago, se alinean edificios oficiales y elegantes embajadas que parecen querer dar la bienvenida a quienes por allí transitan. En la iglesia de Fríkirkjan a orillas del lago, se celebra un funeral y a pesar de que me asalta la idea de la muerte, uno siente que la vida en la ciudad pasa con normalidad.

Dejó el lago y me dirijo a la catedral, su torre repunta al final de Skolavordustigus, otra de las calles principales. En la distancia diría que es un tanto extraña, algo así como una mezcla de nave espacial, castillo de arena y palacio de Frozen. Al pasar por un estudio fotográfico veo una foto que confirma mi teoría, en ella un astronauta posa junto a la torre como si fuera Neil Anstrom junto al módulo lunar. El exterior de la catedral lo forman decenas de columnas hexagonales que imitan la roca basáltica que se encuentra por todo el país, y aunque parece que estuviera hecha con las piezas de un Lego, al final uno acaba comprendiendo el sentido de aquel edificio.

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El centro de Reykjiavik está lleno de pequeños bares, restaurantes y pubs, merece la pena pararse en uno de ellos a descansar y tomar algo, yo lo hago mientras escribo y hago ejercicios de memoria para retener lo vivido. Me gusta recordar aquello bueno que pasa por mi lado, porque los buenos recuerdos con el tiempo reconfortan.

Por la tarde recorro el paseo marítimo, el moderno Skyline de la ciudad contrasta con el mar y las montañas nevadas al fondo. Camino hasta llegar a «El Viajero del Sol», se trata de un drakar vikingo de aluminio, en cuyo esqueleto de metal se refleja el sol. Aquellos ágiles barcos surcaron mares, lagos y ríos, descubrieron territorios nunca antes explorados, llegando a lugares nunca antes imaginados. Aquel barco es una oda sobre cómo lograr los sueños, es un canto a la libertad, es saber que aunque la desesperanza viaje en ocasiones en su ancla, la esperanza viaja siempre en sus grandes velas.

Me dirijo ahora a el puerto donde contempló el Georg Stage, un navío de vela de la armada Danesa. Lleva unos días en puerto y celebra una jornadas de puertas abiertas. Pienso en lo hermosos y elegantes que eran esos barcos, navegaban con el viento y las corrientes en un tiempo donde el viaje era aventura en estado puro. En el exterior, justo al lado del buque visitó una exposición al aire libre sobre la vida en el mar, cuenta también la historia de aquellos barcos que perecieron en las costas Islandesas, eso me dice que el mar en estas tierras es duro, no perdona ni hace amigos, ni siquiera a aquellos que lo miran y lo tratan cada día, aquí el mar es alguien a quien se ama se teme y se respeta a partes iguales.

Acabo el día visitando un centro de exposiciones, de estos tipo «El Cursal» de Donosti, pareciera que hoy en día cualquier ciudad que se precie, ha de tener uno. En este caso se trata de un edificio cubico con cristales «tipo pavés» pero a lo bestia.

Tomo un café y pienso en lo que ahora escribo, pienso en cómo acabaré este relato y este viaje. Dicen que la vida es aquello que pasa en este momento a nuestro lado sin que muchas veces nos demos cuenta, pero también dicen que quien no recuerda, no ha vivido, así que hoy, casi cuatro meses después de aquel café, finalizo escribiendo lo que no deseo olvidar, finalizo con la frase que inspiró su inicio, finalizo con aquello que me impulsó a marchar…

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Ese es el propósito de la vida…

«Ver mundo, afrontar peligros,

Traspasar muros, acercarse a los demás,

encontrarse a sí mismo y sentir…

Ese es el propósito de Life…»